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Google IRRUMPE en el CINE con la IA GENERATIVA de Deep Mind

  • Foto del escritor: Van
    Van
  • 16 jun
  • 2 Min. de lectura

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Ay, la tecnología... ¿qué desafío ilimitado? ¿O, quizá, qué progreso más banal? Uno se levanta cada mañana y, ¡pum!, otro "avance increíble" que promete salvarnos del tedio o, con igual probabilidad, hundirnos en un vacío existencial más profundo. Porque, claro, ahora podemos generar más imágenes que estrellas tiene la Vía Láctea, y eso, por supuesto, nos lleva a la gran pregunta: ¿dónde demonios se fue la magia de esa imagen? Esa que se toma in situ, en la vida real, donde la ósmosis y la sincronicidad de elementos —la lluvia inesperada, el actor que olvidó su línea pero encontró una mejor— hacen que surja la genialidad pura, ese tipo de cosas que ni en un millón de algoritmos te salen.

Lo que yo siempre amé del cine, lo que me mantiene en esto a pesar de la neurosis galopante, es el maldito trabajo en equipo. La adrenalina de un rodaje: cuando no se puede seguir el plan, el sol se esconde o el guion cambia en el último minuto... Esos imprevistos, esa obligación de lidiar con el caos y aportar una solución, es lo que de verdad hace la magia. Cada uno, con su pequeña locura y su gran talento, aporta su "plus" irreemplazable. El cúmulo de esos benditos imprevistos, esas gloriosas imperfecciones, eso es la verdadera chispa para contar historias. Nada más angustiante, por cierto, que la perfección.

Y ahora, la Inteligencia Artificial. Sí, claro, es una herramienta potente; uno no se puede cerrar. Sería como negarse a usar el tenedor porque prefiere comer con los dedos (aunque, pensándolo bien, a veces es más rico y auténtico). El truco, supongo, está en el equilibrio. Como en todo. Se trata de avanzar, descubrir, hacer parte del movimiento sin olvidar la resistencia, la crítica lúcida que te lleva a estar a la altura.

En este video, que comenta cómo Google irrumpe en el cine, se nos recuerda la importancia de no caer en el uso sin consciencia de la IA. Porque, ya sabes, la tecnología es un gran sirviente, pero un terrible amo. Y lo último que queremos es que nuestras películas sean tan perfectas y vacías como una charla de ascensor en un instituto de cirugía plástica.


 
 
 

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